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Guías de Viaje

Sobre mi

A la mañana siguiente, el sabor amargo de la decepción de la noche anterior ya se había disipado. Yo me desperté a las 6:45 a.m (hora Lisboa) ya que la diferencia horaria con la España peninsular me habían dejado un ridículo jet lag de 1 hora.

Amanecer desde el hotel de Lisboa
Amanecer desde el hotel de Lisboa

Aproveché para levantarme y abrir los ventanales de la habitación, que me permitían ver el amanecer saliendo detrás de los árboles y continuando por la catedral Sé de Lisboa. Puede que tuviera hasta cierto componente romántico, pero creo que es obligatorio ver los amaneceres y atardeceres desde otras partes del mundo.

La noche anterior el servicio del hotel nos dijo que el desayuno estaba incluido, y que nos lo traerían a la habitación. Nosotros preferimos informar – sin mucha esperanza- que éramos veganos para evitar mantequillas y otros ingredientes típicos del desayuno. En un primer momento se mostraron de lo más comprensivos y amables aunque nos dijeron que no disponían de leches vegetales en su catering. No sé cómo, a las 8:00 a.m de la mañana siguiente, nos trajeron un impresionante desayuno que se componía de 3 panes de diferentes texturas y harinas, 1 zumo frío de naranja dulce y recién exprimida, 1 café, un botecito de una mermelada suave y aparentemente casera y un brick de leche de avena de origen italiano comprado exclusivamente para nosotros. Disfruté de ese desayuno como si no hubiese mañana, mientras manteníamos una charla distendida y observábamos cómo el sol seguía su camino.

Rua Ivens
El reflejo de un local abandonado, al lado de nuestro hotel.

Después de un poco de remoloneo digestivo y una ducha para despertar, nos preparamos para ir a una de las playas que más nos habían recomendado: las playas de Cascais.  Cascais es una villa portuguesa (con movimiento pesquero, sí…) muy conocida por tener las mejores playas de agua oceánica de Lisboa. Los paisajes y sus aguas rozan lo paradisíaco y los acantilados parecen de película.

Del centro de Lisboa a las playas de Cascais

Así que cogimos el coche y nos dirigimos a la Praia do Guincho, que se encuentra a unos 20 minutos en coche desde el centro de Lisboa (pasando por autopista con peaje). Llegamos a las 10:00 de la mañana y aún así había bastante gente, pero aparcar fue realmente fácil ya que cuenta con un aparcamiento privado que cuesta 2€ al día.

Nos dirigimos hacia la playa, pasando el aparcamiento, los hoteles y restaurantes de la costa. Al llegar a la playa, con el sol cada vez más alto y una brisa ligera, pude ver como el agua era absolutamente cristalina y la playa lucía llena, pero muy cuidada y limpia. En ese punto, decidimos pasear por la orilla y llegar hasta el final de la playa de Guincho, que culmina con un acantilado de roca y tierra naranja, con un tortuoso camino hasta el Forte do Guincho, un pequeño fuerte de piedra que se deja ver desde la parte más baja de la playa.

Por suerte para nosotros, ya que no nos gustan las playas masificadas, encontramos justo después del fuerte una pequeña playa llamada Praia do Abano, un rincón pequeño y rocoso que se ve bañado por el océano Atlántico. Después de bajar las escaleras que nos llevarían a la playa, y sorteando las rocas para entrar, decidimos poner nuestras toallas en la orilla y relajanos merecidamente. Yo, valiente de mi, pensé que no tenía ningún sentido irse a la otra punta de la península y no bañarse en el agua del Océano Atlántico, ya que la playa a la que asisto pertenece al Mar mediterráneo.

Me acerqué al agua algo más confiada de lo que debía, porque si los niños correteaban entrando y saliendo del agua no podía estar tan fría. Pues no. Se ve que los portugueses tienen algún vínculo genético con los vascos ¡Esa ha sido probablemente el agua más fría en el que me haya bañado jamás! Se me dormían los pies, tenía hormigueos en las piernas y cuando sumergí el pecho sentía que me quedaba sin respiración por segundos. ¡Pero mereció la pena! ¡MUCHO! Era un agua maravillosa, bastante tranquila aquel día (aunque recordad tener cuidado con las corrientes) y la sensación post-baño es de lo más relajante.

Volví a la toalla y permanecimos allí durante una media hora -o quizá más- tumbados al sol. Según se acercaban las 12:00 a.m el sol picaba cada vez más, así que decidimos retirarnos porque aún quedaba muchas cosas por ver y disfrutar.

Deshaciendo lo andado, caminamos toda la playa de Guincho hasta llegar al coche. Desde allí, cogimos ruta hacia el centro de Cascais. Entrando en él, pude ver un paseo cerca de la costa y lo que parecía un precioso puerto. Calles anchas plagadas de gente que se paraban a mirar los puestos que cubrían las calles, que intuyo serían temporales. Allí mismo se encontraban dos restaurantes veganos más. Teniendo en cuenta que era un sábado al mediodía y Cascais es un punto de alta afluencia turística, nos fue absolutamente imposible aparcar, y eso fue una pena, porque muy cerca de allí se encuentra la boca do inferno, un acantilado maravilloso que tenéis que visitar sí o sí. Pero nosotros, asumiendo la imposibilidad de aparcar, miramos cuál era el restaurante vegano más cercano, pero fuera de Cascais.

Un restaurante vegano económico y delicioso en Algés

Y así fue como descubrimos el restaurante vegano “Sabor Superior”, en la rua D. Jeronimo Osorio, en Algés. Es un restaurante vegano con aspecto casero y desenfadado que ofrece comida económica, deliciosa y que cuenta con un personal muy amable.

Llegamos al restaurante (que lucía un toldo verde con la palabra ‘vegetariano’) y decidimos sentarnos fuera para disfrutar del tiempo. Tras escrutar el menú, elegimos una empanadilla de seitán y una mini tartita salada rellena de espinacas y setas para empezar. Como plato principal: una hamburguesa y una feijoada.

La hamburguesa tenía una base de lo más original, parecía contener algo de col lombarda y cebolla pochada. La textura era muy buena, no se deshacía y tenía una cubierta más crujiente de lo normal. De 10. Venía acompañada de una salsa vegetal, arroz blanco y una pequeña ración de ensalada. Por otra parte, la Feijoada venía acompañada de otra ración de arroz, ensalada, unos pequeños acompañantes amarillentos con cierto toque picante y una espécie de polvo que me recordó a la levadura nutricional.

Como postre, que nunca me puede faltar, pedí un Lemon Pie de sabor suave pero delicioso. De textura densa pero cremosa, parecía tener como base de la crema un yogurt de leche vegetal y, evidentemente, pequeño toque de limón.

Torre de Belem: un fuerte en el río Tajo

Con el sol en lo alto y después de comer, creímos que una buena opción podría ser bajar la comida caminando algo. El barrio que envuelve el restaurante vegano no tiene grandes particularidades, pero siempre es agradable caminar por un lugar que no conoces.

Aprovechando mis ganas de caminar, pusimos rumbo hacia la Torre de Belem, un antiguo fuerte que ve bañada su base por las aguas del río Tajo. Después de unos 15 minutos caminando, llegamos a un puente de escaleras que nos llevaba a la otra parte de la carretera y, de esta manera, al parque que rodea la torre.

Con una cantidad ingente de personas curioseando las inmediaciones, paseamos por el camino de tierra que – por suerte- se veía cubierto por  la sombra de los árboles. Con los aspersores encendidos y algún que otro perro jugando en ellos, pude ver que debía ser un punto turístico de muchísimo interés, ya que la venta ambulante de paloselfies, gafas de sol y otros cacharrotrastos de interés era exagerada.

Después de esquivar unas cuantas increpaciones con ánimo de lucro, llegamos a la gran explanada de piedra que acoge diferentes puntos de venta de refrescos, yogures – de origen animal – y una gran cola que cruzaba el puente de acceso a la Torre de Belem. 

Torre de Belem, Lisboa
Torre de Belem, Lisboa

Por ese mismo motivo, con un calor exagerado e intuyendo que el tiempo de espera sería excesivo, tuvimos que irnos de aquella plaza sin entrar a la torre – no sin antes sentarme durante unos instantes a contemplarlo algo más detenidamente -.

Volvimos al coche y de ahí al hotel. Esta vez cogimos la N6, una carretera que nos devolvió al centro de Lisboa a través de la costa del río Tajo, ya que el anterior viaje por autopista no había sido precisamente una experiencia para recordar.

Últimas horas en Lisboa

Después de un poco de descanso, el resto de la tarde/noche la dedicamos a callejear aleatoriamente por el centro de Lisboa. Escaleras arriba, escaleras abajo, se nos gastó el día y decidimos despedirlo en el mejor restaurante vegano de Lisboa: Ao26 Vegan Food Project  – del que os hablaba en el post de la primera parte del viaje – .

Para querernos un poco, pedimos un Seitán Steak acompañado de unos gajos de batata, una tabla de quesos veganos (raciones pequeñas y bastante caro, pero para mi mereció la pena probarlo) y un filete de tofu acompañado de patatas cocidas y una crema de espinacas y nata . Una cena impresionante a la que decidí no hacer fotos, porque a veces lo mejor es disfrutar simplemente de dónde estás, con quién estás y de cómo te sientes.

Esa fue nuestra última noche en Lisboa. A la mañana siguiente, disfrutamos de unos minutos más de paseo antes de coger el coche de vuelta, y despedir a una ciudad que sin duda ha sobrepasado mis expectativas.

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Barcelonesa viviendo, por ahora, en Valencia. Autora del libro 'Vive Vegano'. Aprendiendo a cocinar y trabajando cada día para difundir el veganismo. Muy enamorada de mis perros, por eso viajar es la segunda cosa que más me gusta de esta vida.

hola@recetasveganas.net

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